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Artí­culos de fe y doctrina de los Hermanos en Cristo

Prólogo

I. La revelación y la Escritura

  1. La Escritura, registro de la revelación
  2. La Escritura y la Iglesia

II. Dios y la creación

  1. La creación y la providencia
  2. Las relaciones en la creación

III. La humanidad y el pecado

  1. Libertad de elección
  2. El origen del pecado
  3. Los efectos del pecado
  4. El individuo ha de rendir cuenta

IV. Jesucristo y la salvación

  1. La vida y el ministerio de Jesucristo
  2. Muerte y resurrección de Jesucristo
  3. Llegar a experimentar la fe
  4. Nueva vida en Cristo
  5. La vida en el Espí­ritu
  6. Esperanza de vida eterna

V. El Espí­ritu Santo y la Iglesia

  1. La obra del Espí­ritu Santo
  2. La naturaleza de la Iglesia
  3. La vida de la Iglesia: Ordenanzas y prácticas
  4. La misión de la Iglesia: en relación con el mundo

VI. Esperanza eterna y juicio

  1. Fin de esta era y el Regreso de Cristo
  2. La muerte, el Juicio eterno y la Consumación de todas las cosas
  3. Exhortación a la fidelidad

Prólogo


Como Hermanos en Cristo, nuestros comienzos datan de un grupo conocido como River Brethren («hermanos del rí­o»), que surgió hacia 1778 en el Condado de Lancaster, en Pennsylvania. Nuestros antepasados dieron testimonio de las creencias por las que se destacaban, redactando una Confesión de Fe. La primera declaración confesional, de 1780, y otras posteriores, reflejan las influencias pietistas y anabaptistas que dieron forma a nuestra manera de entender la doctrina. Unos cien años más tarde los Hermanos en Cristo adoptaron algunos aspectos del pensamiento de Wesley, que se fueron incorporando en declaraciones doctrinales subsiguientes. A través de los años hemos reafirmado y redefinido nuestras creencias esenciales. En el siglo XX, los Congresos Generales de 1937 y 1961 adoptaron sendas declaraciones doctrinales nuevas. En 1986 decidimos dar forma escrita a nuestra presente creencia y vida. Esto se realizó con sensibilidad y respeto con relación a nuestra herencia doctrinal. Consideramos que cada declaración doctrinal anterior de la iglesia tuvo su propia integridad. Al preparar la declaración doctrinal sostenemos una manera de entender la interpretación de la Escritura que reconoce (1) la inspiración e iluminación del Espí­ritu Santo; (2) la centralidad de Cristo en la revelación divina; (3) el Nuevo Testamento como intérprete del Antiguo Testamento; y (5) el valor esencial del consenso de la comunidad en el proceso de interpretación. Es menester leer la afirmación doctrinal como un todo, puesto que cada una de las secciones está estrechamente relacionada con las demás. Además, esta es una declaración resumida de nuestras creencias; el Manual de Doctrina y Gobierno de los Hermanos en Cristo (Brethren in Christ Manual of Doctrine and Government), junto otras publicaciones de la iglesia explica con mayor amplitud nuestra comprensión de la fe bí­blica y de la vida cristiana. En cada punto, junto a la declaración doctrinal hay una selección de referencias bí­blicas. Puesto que la presente declaración deriva de la totalidad del mensaje bí­blico, estas referencias son tan sólo ilustrativas de las verdades de la Escritura identificadas en cada sección. El estudio de estos y otros pasajes de la Escritura es importante para obtener una comprensión más clara de Dios y de su voluntad para la humanidad. Aquí­ tenemos, entonces, de manera resumida, lo que nosotros, los Hermanos en Cristo, creemos acerca de la revelación y la Escritura, Dios y la creación, la humanidad y el pecado, Jesucristo y la salvación, el Espí­ritu Santo y la iglesia, la esperanza y el juicio eterno.

Base bí­blica
La revelación y la Escritura
Juan 1:1-2, 18; 2 Timoteo 3:16; Hebreos 1:1-2; 11:6

I. La revelación y la Escritura


Creemos que en la naturaleza de Dios está el darse a conocer. Dios se revela a la humanidad de diversas maneras, con especial claridad en los Testamentos Antiguo y Nuevo de la Biblia. Aceptamos estos escritos divinamente inspirados como la Palabra de Dios que goza de autoridad.

Base bí­blica
La revelación en la naturaleza, en la historia y en el Hijo
Génesis 1:1-2:2; 12:1-3; Deuteronomio 7:17-8:2; Eclesiastés 3:11; Isaí­as 46:9; Mateo 1:23; Juan 1:3-5, 14; Romanos 1:20; Colosenses 2:9; Hebreos 11:3

La revelación en la naturaleza, en la historia y en el Hijo

El mundo de la naturaleza y el cuidado sustentador de Dios sobre él hablan de su existencia y de su poder. Además, Dios ha puesto en los corazones humanos un sentido del bien y del mal. La revelación a través de la naturaleza y de la conciencia es parcial e incompleta. Por tanto Dios ha actuado en la historia para revelarse a la humanidad. Por medio de Abraham, Dios empezó a formar una comunidad de su alianza que revelarí­a a Dios y su voluntad para toda la humanidad. Por medio de sus palabras, acciones, y relaciones con el pueblo de Israel, Dios dio a conocer su persona y sus propósitos con el fin de proveer salvación para todos los que respondieran con fe y obediencia. En todo ello, Dios estaba preparando el tiempo cuando él se revelarí­a a sí­ mismo primordialmente mediante su Hijo, Jesucristo, «la Palabra hecha carne».

Base bí­blica
La Escritura, registro de la revelación
Isaí­as 55:10-41; Jeremí­as 36:1-3; Juan 5:39; Romanos 15:4; 1 Timoteo 1:15; 2 Timoteo 3:16; Hebreos 1:1-2

La Escritura, registro de la revelación

Las Escrituras cristianas completan la revelación de Dios. Narran e interpretan la acción de Dios en la creación, en los eventos humanos, en los actos salvadores de Dios a favor de Israel, en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, y en la vida de la iglesia del Nuevo Testamento. Las Escrituras son el mensaje de Dios, escrito por personas en su propia lengua y situación de vida, según les inspiraba el Espí­ritu Santo. Este mismo Espí­ritu guió los procesos de selección y transcripción mediante los cuales las Escrituras nos han llegado a nosotros. Por tanto la Biblia es la Palabra de Dios fiable y goza de autoridad. Creemos que la Biblia, compuesta por el Antiguo Testamento (39 libros) y el Nuevo Testamento (27 libros), es la Palabra de Dios escrita. El Antiguo Testamento es el registro de los actos de salvación de Dios a favor de Israel y de su propósito redentor para todos los pueblos. Contiene numerosas profecí­as, muchas de las cuales se han cumplido en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento revela claramente a Dios en la persona y en la obra de Jesucristo, a quien envió Dios para ser el Salvador del mundo y para establecer su iglesia. El Antiguo Testamento prepara el camino para el Nuevo, mientras que el Nuevo Testamento cumple y aclara el Antiguo. Se complementan uno a otro en un mensaje unificado.

Base bí­blica
La Escritura y la Iglesia
Juan 14:23-2416:13-15; Hechos 2:41-42; 2 Timoteo 2:1-2; James 1:22-25

La Escritura y la Iglesia

Creemos que la Biblia es el mensaje de Dios, de salvación para todos. Como creyentes, aceptamos a la Biblia como autoridad última en cuanto a fe y prácticas. El Espí­ritu Santo continúa obrando en la iglesia hoy dí­a enseñándonos cómo entender, interpretar y aplicar las Escrituras por la fe y el estudio diligente. Cuando los creyentes abren las Escrituras, el Espí­ritu Santo les ayuda a discernir la verdad y la voluntad de Dios a partir de la Palabra. Cuando la iglesia se reúne en torno a la Palabra, el Espí­ritu Santo guí­a al pueblo de Dios a toda la verdad. Las Escrituras mismas son la medida primordial por la que es menester entender e interpretar la Biblia. La persona, enseñanza y obra de Jesucristo son la mejor aclaración posible del sentido de la revelación escrita de Dios. Los cristianos tienen el deber de leer y obedecer la Biblia. Por tanto la iglesia necesita proveer una predicación y enseñanza fiel de las Escrituras. Los individuos y las familias deben practicar la lectura y el estudio de la Biblia. Al leer y responder con obediencia el consejo de la Palabra de Dios, nuestras declaraciones de fe tienen integridad.

Base bí­blica
Dios y la creación
Génesis 1-2; Salmo 24:1-2; Hebreos 11:3

II. Dios y la creación

La Biblia abre con las palabras: «En el principio creó Dios». Esta aseveración dramática declara que Dios es la fuente y el fundamento eterno de todo lo que existe. La Biblia procede a revelar la persona, naturaleza y carácter del eterno Dios trino y uno: Padre, Hijo y Espí­ritu Santo.

Base bí­blica
La naturaleza de Dios
Deuteronomio 6:4; 32:3-4; 33:27; Salmo 45:6; 48:14; 100:5; Daniel 6:26-27; Mateo 3:16-17; Juan 14:16-17, 26; Hechos 14:15-17; 1 Corintios 2:11-16; Efesios 2:8-10; 1 Timoteo 1:17; Santiago 1:17; Apocalipsis 16:7

La naturaleza de Dios

Creemos en un Dios soberano, verdadero y viviente, creador y preservador de todas las cosas. Dios sabe todas las cosas, es todopoderoso y trasciende el tiempo y el espacio. Dios es un ser personal, que revela su justicia, verdad y gracia a todos. Llama a todos a responder a él con reverencia y obediencia. Dios es perfecto, justo y bueno. Dios es santo y nos llama a vivir en justicia. Dios es amor, salva las distancias entre él mismo y nosotros, alcanzándonos con su redención para atraernos hacia sí­. La manera que Dios se ha dado a entender a la humanidad ha sido progresiva. Aunque Dios trasciende la percepción y los lenguajes humanos, se ha revelado a sí­ mismo en la Escritura, ha entrado a la historia humana en la persona de Jesucristo, y viene a morar en nosotros mediante el Espí­ritu Santo. Cuando Dios abre nuestro entendimiento mediante las Escrituras y por el Espí­ritu Santo, llegamos a conocerle. Así­, como creyentes, nos postramos ante él en adoración.

Base bí­blica
La creación y la providencia
Génesis 1-3; 1 Crónicas 29:11-12; Nehemí­as 9:6; Job 26:7-11; Salmo 19; 102:25; Romanos 5:12-19; Hebreos 1:3; Apocalipsis 19:6

La creación y la providencia

Dios creó todas las cosas, tanto visibles como invisibles, inclusive todos los seres espirituales. Toda la creación es finita y depende del Creador, que era antes que todas las cosas y que continuará existiendo por siempre. La obra de la creación de Dios fue buena, tanto materialmente como moralmente. Dios bendijo la creación con su tierno amor. Aunque Dios sostiene y gobierna la creación por el poder de su voluntad, Dios ha dado al a humanidad el papel de cuidadora de la tierra. Por tanto somos responsables de su cultivo y conservación, y de nuestro empleo de sus recursos. La creación ha quedado dañada como resultado de la desobediencia humana. Sin embargo, siguen quedando evidencias del orden original de la creación, y la tierra ahora aguarda ser restaurada como parte del plan divino de redención.

Base bí­blica
Las relaciones en la creación
Génesis 1-2; í‰xodo 20:1-17; Leví­tico 19:18; Deuteronomio 16:20; Salmo 104:24; Proverbios 21:3; Isaí­as 58:13-14; Miqueas 6:8; Malaquí­as 2:16; Mateo 12:8; 19:1-12; 25:40; Marcos 2:27; Romanos 2:13-15; 14:5-6; 1 Corintios 6:9-10; 18-20; 13; Efesios 4:29-5:2; 5:21-6:4; Colosenses 1:16-17; 1 Juan 3:14

Las relaciones en la creación

Dios estableció orden y relaciones dentro de su creación, uniéndola en todas sus partes. Dios creó y sustenta todas las cosas, sin embargo se mantiene como algo distinto a lo creado. La existencia de Dios no depende de la creación. En el universo hay un orden moral. La conciencia humana percibe este orden, que queda revelado con mayor plenitud en las Escrituras. Los principios morales explicados en las Escrituras dan dirección a nuestra conducta y nuestras relaciones. El creador ha puesto en la creación un ciclo de trabajo y descanso, designando un dí­a de cada siete para dedicarlo a la adoración y la renovación personal. Cuando observamos el domingo como Dí­a del Señor, respetamos este ciclo divinamente ordenado, damos testimonio de nuestra confianza en la provisión de Dios, y damos testimonio de la resurrección del Señor. Hechos a imagen de Dios, cada ser humano tiene un valor infinito que es menester cuidar y alimentar. Debemos relacionarnos con los demás con amor y justicia, oponiéndonos a todo lo que destruye, oprime, insulta o manipula y fomentando todo lo que restaura, construye y alienta. El plan de Dios para la familia humana exige relaciones sanas entre las personas, que estimulan su maduración personal; y prohí­be expresamente las conductas abusivas y que destruyen. Dios puso la sexualidad como cosa buena en la creación. Ser varón o mujer es una parte integral de lo que somos y de una manera complementaria da lugar a la expresión plena de nuestra humanidad. Dios ha puesto normas para la expresión de nuestra sexualidad, que son necesarias para que haya relaciones justas entre las personas. La sexualidad humana es positiva siempre que se encuentra dentro de los lí­mites de la castidad en las personas solteras, y del matrimonio vitalicio entre un varón y una mujer.

Base bí­blica
La humanidad y el pecado
Génesis 1:26-28; 2:7-9,15-20; 9:1-6; Salmo 8:3-8; 90:1-6; 139:13-16; Eclesiastés 12:1-7; Hechos 17:26-28

III. La humanidad y el pecado

Dios creó al hombre y a la mujer en su imagen. La diferencia entre los seres humanos y todas las otras formas de la creación estriba en que tienen caracterí­sticas espirituales además de materiales. Materialmente, cada persona tiene un cuerpo hecho de los elementos de la tierra – un cuerpo que crece, madura, y con el paso del tiempo vuelve a la tierra en muerte. Además, las personas exhiben en cierta medida discernimiento moral, percepción de lo espiritual y libertad de elección. Como seres espirituales, los seres humanos han sido creados para estar en comunión con Dios. No podemos hallar paz aparte de un recta relación con Dios.

Base bí­blica
Libertad de elección
Génesis 2:16-17; Deuteronomio 30:15-20; Mateo 7:1344, Juan 1:11-12; Romanos 12:1-2; Efesios 1:344; 2 Pedro 3:9; Apocalipsis 22:17

Libertad de elección

La imagen de Dios en cada individuo incluye la capacidad para asumir decisiones morales. Podemos elegir el bien o el mal, obedecer a Dios o desobedecerle. La libertad para elegir nos hace responsables de nuestras decisiones y se nos puede exigir cuenta de sus consecuencias. Entendemos, por la Escritura, que si bien Dios otorga a la humanidad esta libertad de elección, Dios sabe también el fin desde el principio, y en su sabidurí­a y gracia está llevando a cabo sus propósitos eternos en medio de la historia humana.

Base bí­blica
El origen del pecado
Génesis 3:1-19; Salmo 51:5; Isaí­as 14:12-15; Juan 8:44; Romanos 5:12; Efesios 2:1-3; 6:10-12

El origen del pecado

El hombre y la mujer fueron creados inocentes y libres de pecado; viví­an en armoní­a con Dios y con la creación. Sin embargo cuando Adán y Eva cedieron ante la tentación de Satanás, el mal entró a la familia humana. Cuando escogieron desobedecer a Dios, su naturaleza se torno pecadora. Esta naturaleza pecadora se ha trasmitido a todos sus descendientes. Así­ el pecado, la depravación moral, y la muerte vinieron a ser una parte inherente de la experiencia humana. Satanás, llamado también el diablo, es la personificación del mal y la fuente original del pecado. Su reinado maligno se rebela constantemente contra la autoridad de Dios. Vivimos en la arena donde se ha entablado el conflicto resultante y hemos de escoger entre el gobierno de Satanás y el reinado de Dios.

Base bí­blica
Los efectos del pecado
Salmo 53:1-3; Isaí­as 59:1-8; 64:6-7; Romanos 1:18-32; 3:9-20, 23; 5:12; 6:23

Los efectos del pecado

Corrompidos por una naturaleza pecadora, los seres humanos carecen de santidad y son egoí­stas y recalcitrantes, rebeldes contra Dios. En carácter y conducta, la humanidad entera es culpable ante Dios. Por nuestra propia cuenta, jamás podrí­amos alcanzar una justicia aceptable a Dios. La inclinación de la humanidad hacia el mal es universal, y la culpabilidad y vergí¼enza consiguientes son comunes a todas las personas. El pecado penetra el orden social mediante la familia humana degradada, distanciando a las personas de Dios, del prójimo, de sí­ mismas y del resto de la creación. El pecado se manifiesta en el deterioro de las relaciones humanas y de las estructuras de la familia, en sistemas sociales y económicos que cometen violencia contra el orden divino e ignoran la dignidad humana, en sistemas filosóficos que niegan a Dios y deifican a los humanos, y en sistemas religiosos que distorsionan la verdad y crean realidades ilusas. En un sistema mundial penetrado por influencias satánicas, el pecado se extiende por la perversidad humana y por los poderes del mal. A nivel personal, el pecado nace de la inclinación interior hacia la desobediencia y la rebeldí­a.

Base bí­blica
El individuo ha de rendir cuenta
Génesis 1:27-30; 2:7-9, 16-17; 3:1-19; Leví­tico 4:27-35; Ezequiel 18; Marcos 10:13-16; Romanos 1:18-20; 3:23; 2 Corintios 5:l0; Efesios 2:8-9

El individuo ha de rendir cuenta

La creación pone de manifiesto para todos la gloria y naturaleza de Dios y por tanto recae sobre todos la responsabilidad de honrarle y glorificarle. Aunque el pecado se manifiesta en la totalidad del orden social, es el individuo quien siempre habrá de rendir cuenta. Cada uno de nosotros rendirá cuenta ante Dios en proporción a nuestra capacidad personal de conocer y escoger entre el bien y el mal. Creemos que las personas que no han alcanzado el grado de madurez necesaria para ser capaces de discernir entre el bien y el mal, son aceptados por Dios por virtud de su misericordia y están cubiertas por la reconciliación efectuada por Cristo. Cuando la raza humana cayó en el pecado, la imagen de Dios en la humanidad quedó seriamente dañada, pero no del todo destruida. A pesar de una inclinación hacia el mal, algunos aspectos de la semejanza a Dios permanecen en la humanidad, de lo cual vemos destellos en rasgos como la creatividad, la generosidad y la compasión. No obstante, es sólo por la gracia de Dios que las personas pueden llegar a responder al don divino de la salvación.

Base bí­blica
Jesucristo y la salvación
Efesios 1:3-14; Tito 2:11-14; Hebreos 1:1-3; 1 Pedro 1:3-5

IV. Jesucristo y la salvación

El plan de Dios de salvación para la humanidad pecadora es vertebral en el propósito eterno de Dios y queda plenamente de manifiesto en la persona y obra de Jesucristo, escogido por Dios desde antes de la creación para ser el Salvador. Aseveramos que Jesucristo es verdaderamente divino y verdaderamente humano.

Base bí­blica
La vida y el ministerio de Jesucristo
Mateo 1:20-23; 3:13-17; 6:33; 7:28-29, 9:35-36; 12:25-28; 26:26-29; 28:18-20; Marcos 1:14-15; 14:61-62; Lucas l:26-2:33, 52; 4:1-21; 22:44; Juan 1:1-14; 3:16; 13:1-17; 14:8-11; Gálatas 4:4-5; Filipenses 2:541; Colosenses 1:15-20; Hebreos 4:14-15

La vida y el ministerio de Jesucristo

Jesucristo, el Hijo de Dios, es una persona ní­tida en la Trinidad y goza de igualdad y unidad perfecta con Dios el Padre y con Dios el Espí­ritu Santo. Existe eternamente y es plenamente Dios. Creó todas las cosas y es la fuente y el sustentador de la vida. En la plenitud del tiempo Dios el Hijo tomó semejanza humana, fue concebida por el Espí­ritu Santo, nacido de la virgen Marí­a. Fue Dios encarnado – Dios hecho carne – y vivió sobre la tierra como hombre, plenamente humano, aunque sin pecado. Se desarrolló fí­sica y mentalmente, sintió hambre, sed y fatiga, sufrió el rechazo y toda la gama de los sentimientos humanos. Fue tentado en todas las formas, pero se mantuvo libre de pecado. Fue perfectamente obediente y sumiso al Padre. Tomó sobre sí­ el papel de un siervo y respondió con compasión a los que padecí­an necesidad. Jesús ejemplificó la humanidad perfecta e invitó a la gente a seguirle. La naturaleza divina de Jesús de Nazaret se manifestó claramente durante su vida sobre la tierra. Cuando nació fue anunciado como Emmanuel, Dios con nosotros. Cuando se bautizó fue declarado Hijo de Dios. Su ministerio se caracterizó por la presencia y el poder del Espí­ritu Santo. enseñaba con autoridad divina y comisionó a sus discí­pulos a proclamar su evangelio. Dijo que todo el que le ha visto a él ha visto al Padre. Fue el Hijo de Dios, lleno de gracia y de verdad. Jesús vino a la tierra como el Mesí­as prometido, revelado en las Escrituras. Inauguró el reinado de Dios y demostró su presencia al sanar a los enfermos y echar fuera demonios. Sus milagros fueron señales del reinado de Dios. En su enseñanza, Jesús antepuso el reinado de Dios a los reinos de este mundo. Invitó a los que le seguí­an a unirse a la iglesia, que es la nueva comunidad del pacto, basada en los valores del reinado de Dios. Vino a destruir las obras del diablo y a redimir del pecado a la familia humana.

Base bí­blica
Muerte y resurrección de Jesucristo
Salmo 22:1-18; Isaí­as 52:13-53:12; Mateo 27:27-28:20; Juan 3:16-17; Hechos 1:9-11; Romanos 5:1-11; 1 Corintios 15:20-28; 2 Corintios 5:21; Efesios 1:9-10; Filipenses 2:9-11; Colosenses 1:21-22; Hebreos 1:3; 7:24-25; 9:11-28; 12:2; Apocalipsis 11:15

Muerte y resurrección de Jesucristo

La obra de redención de Cristo se cumplió con su muerte y resurrección. Dios quiso redimirnos de la culpa y el poder del pecado y liberarnos del gobierno de Satanás, a fin de que todos aquel que creyese fuese restaurado al beneplácito divino, la comunión con Dios. Mediante su sufrimiento y su muerte como sacrificio a favor de nosotros, Jesucristo ofreció expiación completa por el pecado. Su muerte y resurrección abrieron la única ví­a a la reconciliación entre Dios, que es santo y justo, y la humanidad pecadora. La sangre de su vida entregada voluntariamente sobre la cruz obtuvo el perdón y ratificó el Nuevo Pacto. La resurrección de Jesús en cuerpo testifica decisivamente de su deidad y de su victoria sobre Satanás, el pecado y la muerte. Cristo, después de resucitado, ascendió al cielo y está sentado a la diestra de Dios el Padre, intercediendo por nosotros. Jesús es ahora nuestro Señor resucitado, exaltado y reinante. Le ha sido dada toda autoridad en el cielo y en la tierra. í‰l es cabeza de la iglesia y Señor de la historia de la humanidad. Al final de los tiempos, todas las cosas en el cielo y en la tierra se someterán a su dominio. Toda persona se postrará ante él y él reinará por siempre. Confesamos jubilosos que Jesús es Señor y reconocemos su autoridad sobre nuestras vidas. Le honramos con nuestro culto y nuestra obediencia.

Base bí­blica
Llegar a experimentar la fe
Lucas 3:7-9; 5:31-32; 18:9-14; 19:8-9; Juan 16:5-15

Llegar a experimentar la fe

La salvación que nos ofrece gratuitamente la muerte y resurrección de Jesucristo se hace efectiva en nuestras vidas mediante el ministerio del Espí­ritu Santo. Es el Espí­ritu quien nos prepara para tener fe en Jesucristo. í‰l nos lleva a reconocer nuestra necesidad, nos capacita para reconocer nuestra culpa, y nos invita a responder a Dios con fe y obediencia. La respuesta de fe es una confianza personal en la gracia de Dios, con un giro de 180 grados, del pecado a la justicia. El arrepentimiento entraña un reconocimiento del pecado. Se expresa con un pesar sincero, abandonando el pecado y con un cambio de actitud en cuanto a Dios, en preparación para que siga adelante el ministerio del Espí­ritu Santo. El arrepentimiento incluye una disposición a procurar la reconciliación y la restitución.

Base bí­blica
Nueva vida en Cristo
Juan 3:1-17; Hechos 2:41-47; Romanos 5:11; 8:14-17; 10:9-10, 13; 2 Corintios 5:17; Ga1atians 4:6-7 Efesios 2:1-10; Colosenses 1:22-23; Hebreos 3:14; 1 Pedro 1:3-5; 1 Juan 2 24 25

Nueva vida en Cristo

Todos los que llegan a experimentar la fe en Cristo vuelven a nacer, reciben el Espí­ritu Santo, y vienen a ser hijos de Dios. Ya no se les imputa culpa por el pecado, les es concedida la justicia de Cristo, y se hallan reconciliados con Dios. Las personas que han sido justificadas por la gracia mediante la fe disfrutan de paz con Dios, son hijos adoptivos en la familia de Dios, se integran en la iglesia, y reciben la certeza de la vida eterna. Somos hechos una nueva creación en Cristo, regenerados por el Espí­ritu Santo. Este cambio de corazón se pone de manifiesto en el desarrollo de un carácter semejante al de Cristo y una conducta de obediencia a Dios. La conversión se expresa en una vida cambiada con una nueva dirección y propósitos, intereses y valores nuevos. La nueva vida en Cristo se desarrolla mediante disciplinas espirituales cristianes tales como la oración, el estudio de la Escritura, el ayuno y el negarse a sí­ mismo; las cuales, sin embargo, no hacen que el creyente sea inmune a la tentación. La desobediencia pertinaz obstruye la comunión con Dios y puede destruir la nueva vida en Cristo. Cuando aparece el pecado en la vida del cristiano, es necesario confesarlo y abandonarlo con la confianza en la disposición de Dios a perdonar y en su poder para limpiar del mal.

Base bí­blica
La vida en el Espí­ritu
Lucas 11:11-13; Juan 20:21-22; Hechos 1; Romanos 6:1-14; 8:1-17; 12:1-2; 2 Corintios 5:5; Gálatas 5:16-25; Efesios 1:13-14; 3:14-21; 1 Juan 1:9

La vida en el Espí­ritu

Creemos que la gracia de Dios va más allá del perdón del pecado. Al operar el Espí­ritu en la vida de los creyentes, los conduce, mediante la santificación, a una entrega y compromiso totales con las motivaciones y la voluntad de Cristo. El resultado es la libertad del control del pecado y una capacitación para vivir la vida de santidad. El Espí­ritu Santo llena a las personas entregadas a Dios y las equipa para un testimonio y un servicio eficaces. La santificación es también un camino permanente de entrega a Dios y desarrollo en gracia. La calidad de la vida de entrega se corresponde con la disposición del creyente a responder al Espí­ritu Santo y a obedecer la Palabra de Dios. La vida llena del Espí­ritu da como resultado una sensibilidad al Espí­ritu Santo, una fortaleza interior en tiempos de tentación, la vida piados y un servicio de todo corazón al Señor. El Espí­ritu Santo produce el carácter virtuoso: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, y dominio propio.

Base bí­blica
Esperanza de vida eterna
Mateo 24:13; Juan 14:1-3; 1 Corintios 15:35-58; 2 Corintios 5:1-10; Filipenses 3:20-21; 1 Tesalonicenses 4:13-18; Apocalipsis 5:9-10; 21:1-4

Esperanza de vida eterna

La salvación que provee nuestro Señor Jesucristo se consumará para el creyente en el gozo del cielo y la plena realización del reinado de Dios. En nuestros cuerpos glorificados estaremos libres de todos los efectos del pecado. Restaurados en semejanza de Cristo, adoraremos a Dios y reinaremos juntamente con Cristo por toda la eternidad.

Base bí­blica
El Espí­ritu Santo y la Iglesia
Génesis 1:2; Juan 3:34; 14:16-17, 15:26; Hechos 2; 10:38; Hebreos 9:14; 2 Pedro 1:21; 1 Juan 3:24

V. El Espí­ritu Santo y la Iglesia

El Espí­ritu Santo es una persona divina que coexiste eternamente con el Padre y el Hijo. El Espí­ritu estuvo presente y activo en la creación, aparece por todo el Antiguo Testamento, y queda revelado más expresamente en el Nuevo Testamento. La vida terrenal de Jesús es la máxima expresión de la vida en el Espí­ritu. Cuando Pentecostés, el Espí­ritu Santo vino de Dios para continuar la obra de Cristo ascendido, tal como Jesús prometió a sus seguidores.

Base bí­blica
La obra del Espí­ritu Santo
Juan 14:26; 16:7-15; Hechos 1:8; 13:2-4; Romanos 8:26; 12:3-8; 1 Corintios 3:16; 12:1-12; 2 Corintios 6:16-7:1; Efesios 1:13-14; 4:3-12; 5:18; 1 Pedro 4:10-11; Apocalipsis 2-3

La obra del Espí­ritu Santo

El Espí­ritu Santo obra en el mundo, convenciendo de pecado a las personas y conduciéndolas al arrepentimiento y a la fe, guiándolas a la plenitud de la vida en Cristo. El Espí­ritu Santo es el Consejero que está siempre presente con el pueblo de Dios y que nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo. El Espí­ritu Santo es el Espí­ritu de Verdad que guí­a al creyente, y que hace de garantí­a de la herencia eterna prometida en Cristo. El Espí­ritu Santo intercede por los creyentes de acuerdo con la voluntad de Dios. Auxilia a los hijos de Dios en su necesidad, los limpia y aparta para una vida de santidad, y los capacita para servir. Su presencia se hace eficaz en la medida que la iglesia se manifiesta abierta y sensible a la guí­a del Espí­ritu. El Espí­ritu Santo da dones espirituales a todos los creyentes conforme a su soberana voluntad y sus propósitos. La Escritura enumera una variedad de dones, dados para la edificación de la iglesia y para el ministerio al mundo. El Espí­ritu Santo guí­a a la iglesia a elegir a determinadas personas para el liderazgo. La iglesia es responsable de discernir y estimular el empleo de los dones del Espí­ritu en su vida y ministerio.

Base bí­blica
La naturaleza de la Iglesia
Mateo 5:13-16; 18:15-35; 20:26-28; 28:20; Juan 1:12-13; Hechos 2:41-47; 15; Romanos 1:16; 2 Corintios 2:5-11; Gálatas 6:1; Efesios 2:19, 22; Filipenses 2:2-16; Colosenses 1:18; 2 Timoteo 2:2; Hebreos 10:24-25; 1 Juan 3:16-19

La naturaleza de la Iglesia

Por medio del Espí­ritu Santo, Jesucristo estableció la iglesia para que fuese la nueva comunidad de Dios, cuyas raí­ces se encuentran en el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento y que da testimonio de la presencia del reinado de Dios en la tierra. Jesucristo es la Cabeza de la iglesia, la comunidad de los redimidos. Su Palabra y voluntad gozan de autoridad entre nosotros. La iglesia está compuesta por todos aquellos que confí­an en Jesús como Salvador y le siguen como Señor. Nos integramos en la familia de Dios, amando al Señor Jesús y aprendiendo a amar y cuidarnos unos a otros. Somos la comunidad del pacto, que ante Dios y los demás miembros prometemos vivir una vida santa, ser siempre leales con la iglesia, y fomentar la unidad dentro del cuerpo de Cristo. Nuestra manera de concebir de este pacto se expresa en un compromiso con la comunidad, donde se vive la integridad de nuestro discipulado; con la denominación, donde se mantienen relaciones con una comunión más amplia del pueblo de Dios; y con el cuerpo de Cristo en todo el mundo, donde se cumple la oración de Jesús de que todos seamos uno. Las funciones esenciales de la iglesia son la adoración, la comunión, el discipulado y la misión. En la adoración, expresamos de todo corazón nuestra devoción al Señor Dios. En la comunión, llevamos a la práctica nuestro compromiso de amarnos unos a otros. En el discipulado, seguimos la invitación del Señor Jesús a obedecerle y a enseñar todas las cosas que él mandó. En la misión, proclamamos el evangelio a todas las gentes y ministramos a la necesidad humana tal como lo hizo Jesús. Como comunidad pactada, los miembros rendimos cuenta unos a otros de nuestras vidas. Aceptamos los pasos esbozados por Jesús: nos dirigimos primero en privado al hermano que haya pecado contra nosotros; luego, si fuera necesario, volvemos con uno o más testigos; y por último, si fuera necesario, involucrando a toda la comunidad. Cuando la iglesia hace frente al pecado, procuramos hacerlo con compasión y consideración. El propósito de la disciplina en la iglesia es la restauración del miembro de la iglesia que yerra, a la vez que mantener la integridad y pureza de la comunión y del testimonio de la iglesia.

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La vida de la Iglesia: Ordenanzas y prácticas
Mateo 28:16-17; 28:19-20; Marcos 10:1-12; 16:16; Lucas 2:22; Juan 13:1-17; Hechos 2:38-39; Romanos 6:3-6; 1 Corintios 10:16; 11:1-16; 23-34; 15; 2 Corintios 5:1-8; Efesios 5:21-33; 1 Timoteo 5:10; Santiago 5:13-18; 1 Pedro 3:21

La vida de la Iglesia: Ordenanzas y prácticas

Las ordenanzas de la iglesia son el bautismo y la Cena del Señor, que han de observarse en obediencia al mandamiento del Señor. El bautismo de creyentes es un testimonio público de que han recibido a Jesucristo como Salvador y Señor y se están integrando en la comunidad de fe. Creemos que el bautismo por inmersión simboliza la sumisión del creyente a Jesucristo y la identificación con su muerte y resurrección. Damos por supuesto que los creyentes bautizados se comprometen al pacto común a todos los miembros, indicando así­ su lealtad a la iglesia. Jesús instituyó la Cena del Señor y sus seguidores celebramos en memoria de la muerte y resurrección del Señor y en anticipación de su retorno. El pan y la copa representan el cuerpo y la sangre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. La participación en la liturgia de la comunión simboliza nuestra unidad con los creyentes de todo tiempo y lugar. Hemos de examinarnos a nosotros mismos a la luz de la Escritura antes de acercarnos a la Mesa del Señor. La reconciliación con Dios y con los hermanos y hermanas en Cristo es la preparación esencial para poder participar.

Aparte de las ordenanzas, hay otras prácticas que son aspectos importantes de la vida y el culto en la comunidad cristiana. Consideramos que la práctica de lavarnos los pies unos a otros se basa en el modelo enseñado por Jesús como demostración de amor, humildad y servicio mutuo, que señala más allá de si misma, a todo un estilo de vida. En la vida de la iglesia, la liturgia de lavamiento de pies e una ocasión para la reconciliación, reconocimiento mutuo, y testimonio de la gracia de Dios. La ceremonia de matrimonio cristiano da testimonio del orden y designio de Dios respecto a la unión entre un hombre y una mujer en un compromiso vitalicio de amor y fidelidad. Se pronuncian votos y el matrimonio se celebra en el contexto de la congregación, a la que le corresponde apoyar a la pareja en su vida común. El amor de Cristo -amor de pacto y de sacrificio a favor de la iglesia- y la respuesta afectuosa de la iglesia, constituye el modelo que han de seguir los esposos. La práctica de dedicar a los niños convalida su lugar en medio de la comunidad. La liturgia de dedicación sirve de ocasión para que los padres se comprometan con el Señor en cuanto al cuidado y la educación de sus hijos. Los miembros de la congregación se unen a los padres en el compromiso de orar por los niños y formarlos. El evangelio incluye la curación de los enfermos y la liberación de los oprimidos. La iglesia sigue los patrones hallados en la Escritura cuando ora por los enfermos, les impone las manos, y los unge con aceite en el nombre del Señor. La liturgia de curación divina expresa la fe en que Dios responde al quebrantamiento de la condición humana o restaurando la salud o bien concediendo la gracia necesaria para aguantar el sufrimiento. Cuando se presenta la muerte en la comunidad de los creyentes, el funeral constituye una oportunidad para centrarnos en el Señor resucitado. La comunidad se solidariza con los deudos con compasión. La muerte nos recuerda que somos mortales y que esperamos la resurrección.

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La misión de la Iglesia: en relación con el mundo
Proverbios 29:7; 31:9; Daniel 6:1-3, 111; Miqueas 6:8; Mateo 5:13-14,44; 26:52; 28:18-20; Marcos 16:15; Juan 18:36; Hechos 4:18-21; 5:29; Romanos 1:14-15; 12:2; 13:1-4; 1 Corintios 10:23, 31; 2 Corintios 5:16-20; 1 Pedro 2:9-17, 21-23; 1 Juan 2:15-17

La misión de la Iglesia: en relación con el mundo

Jesucristo comisiona a la iglesia a hacer discí­pulos entre todas las gentes del mundo. Es vocación de la iglesia compartir el evangelio en cada cultura y estrato de la sociedad. El evangelismo incluye invitar a las personas a una fe que salva en Cristo y a hacerse miembros de la iglesia responsablemente. También es vocación del pueblo de Dios ser una influencia redentora en el mundo, enfrentándose al pecado corporativo y procurando derrotar el mal con el bien. Hemos de ser una voz a favor de la justicia, la paz y la equidad. La iglesia reconoce el papel que ordena Dios en la sociedad para los gobernantes. Como cristianos, intercedemos en oración por el Estado y por los que ejercen autoridad. A la vez, creemos que nuestra lealtad con Cristo y con la iglesia, que trasciende a las naciones, está por encima a la lealtad al Estado. Cierta participación selectiva en los asuntos de gobierno es apropiada para los creyentes siempre y cuando su lealtad con Cristo y con los principios de su reinado queden salvaguardados escrupulosamente, y que el individuo que así­ participa vea incrementado su testimonio y servicio cristiano. Cristo amó a sus enemigos y llama a sus discí­pulos a amar a nuestros enemigos. Seguimos a nuestro Señor en la medida que constituimos un pueblo de paz y reconciliación, que está llamado a sufrir y no a la lucha armada. Sin dejar de respetar a los que sostienen otras interpretaciones, creemos que la preparación para la guerra y la participación en la guerra son contrarias a las enseñanzas de Cristo. Asimismo, rechazamos todos los actos de violencia que menoscaban el valor de la vida humana. Al contrario, promovemos toda acción a favor de la paz, el servir a los demás cueste lo que cueste, y todo esfuerzo en el nombre de Cristo en pro de la justicia para los pobres y los oprimidos. Los que siguen a Cristo son extranjeros y peregrinos en el mundo, cuya vocación es compartir la luz de Cristo. En la renovación de nuestras mentes por virtud de la gracia de Dios, nos resistimos a conformarnos a nuestro mundo caí­do y corroí­do. El inconformismo nos llama a rechazar el materialismo desenfrenado del mundo, su sensualidad y egoí­smo. Al contrario, procuramos expresar los valores del reinado de Dios mediante un estilo de vida modesto y sencillo.

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Esperanza eterna y juicio
Salmo 110:1; Efesios 1:20-23; Colosenses 1:19-20; Apocalipsis 11:15

VI. Esperanza eterna y juicio

El destino final de todas las cosas está en las manos de Dios. En el momento fijado por Dios, la creación se renovará en Cristo. Los reinos de este mundo se convertirán en el reino de nuestro Señor, y él reinará para siempre.

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Fin de esta era y el Regreso de Cristo
Mateo 24:36-51; Hechos 1:11; 1 Tesalonicenses 4:13-18; 2 Tesalonicenses 2; 2 Pedro 3:11-18; Apocalipsis 19

Fin de esta era y el Regreso de Cristo

El regreso de Cristo con poder y gloria es seguro y puede ocurrir en cualquier momento. Aceptamos la enseñanza del Señor de que nadie sabe cuándo volverá. Entendemos que la Escritura nos enseña que el conflicto entre Dios y Satanás, entre el bien y el mal, se intensificará según nos acercamos al final de esta era. Cuando Cristo vuelva, los enemigos de Dios serán derrotados y el reino de Dios se establecerá para siempre. La promesa de nuestro Señor de que viviremos eternamente en su presencia brinda grande consolación al pueblo de Dios. Nuestra respuesta consiste en esperar con alborozo, aguardar en vela, ser diligentes.

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La muerte, el Juicio eterno y la Consumación de todas las cosas
Salmo 92:7; Juan 3:18; 5:25-29; 1 Corintios 3:10-15; 15:27-28; 2 Tesalonicenses 1:5-9; Apocalipsis 20:10, 14; 21:22-27; 22:3

La muerte, el Juicio eterno y la Consumación de todas las cosas

La muerte en la comunidad cristiana es un tiempo donde coinciden la tristeza y la esperanza. La separación de los ví­nculos humanos nos causa intenso dolor, sin embargo nuestra creencia en la segunda venida de Cristo es a la vez una esperanza en la resurrección del cuerpo y en la vida eterna. Creemos que después de la muerte, el espí­ritu del creyente está presente con el Señor. La Escritura nos promete una resurrección corporal de los muertos, tanto los creyentes como los incrédulos. Los que mueren en Cristo, junto con los creyentes que sigan en vida cuando Cristo vuelva, se alzarán para recibir un cuerpo nuevo y glorioso, libre de debilidad y muerte. A los perdidos, sin embargo, les aguarda una resurrección para condenación. Dios juzgará con justicia cuando llegue el fin de esta era. Los que se han encomendado a él y han seguido a Jesús con obediencia no serán condenados. Dios les recompensará conforme a la fidelidad que han manifestado. Los que no se salvan, sin embargo, serán castigados con destrucción eterna en el infierno, apartados eternamente de la presencia de Dios por haber rechazado su oferta de salvación. El pueblo de Dios aguarda el cumplimiento de la promesa divina de un cielo nuevo y una tierra nueva bajo el gobierno de Cristo. El mal será destruido y por último Cristo entregará todas las cosas al Padre.

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Exhortación a la fidelidad
Mateo 24:14; 2 Pedro 3:11-12; Apocalipsis 22:20

Exhortación a la fidelidad

Oí­d la Palabra del Señor: «¿Qué clase de personas debéis ser? Debéis vivir vidas santas y piadosas mientras aguardáis con esperanza el dí­a de Dios y apresuráis su venida». Las últimas palabras que tenemos de Jesús: «Sí­, vengo pronto», nos llevan a vivir con expectativa jubilosa. Gracias a esta esperanza, perseveramos en las buenas noticias de Cristo y las difundimos, sabiendo que cuando el evangelio del reino haya sido predicado a todas las naciones, entonces llegará el fin. Amén. Ven, Señor Jesús.

Traducción de Dionisio Byler