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La violencia

Por Pastor Glenn (Woody) Dalton Jr., Harrisburg (Pa.) BIC Church

En nuestro mundo, la violencia se ha convertido en una epidemia. En América del Norte, los asesinatos, las violaciones, los robos, los asaltos violentos y los allanamientos han alcanzado niveles alarmantes en las últimas dos décadas. Lo que es más alarmantes es la violencia en el hogar; todo tipo de abusos contra los niños, los cónyuges e incluso los padres.

La violencia no es algo nuevo para la humanidad. Las Escrituras indican que las tendencias violentas de la humanidad se remontan hasta el principio como lo evidencia el libro del Génesis. Después de que Adán y Eva desobedecieron a Dios y comieron del fruto del arbol prohibido, su relación con Dios fue rota. Inmediatamente después, las relaciones humanas se comenzaron a deteriorar.

Poco después de la caida vino el primer incidente de violencia fí­sica del cual existe un registro. Caí­n, al darse cuenta de que el sacrificio de su hermano Abel era más agradable a los ojos de Dios, mató a su hermano en un arranque de celos. La raza humana conoció lo que era el asesinato. Los escritores de la Biblia hicieron muchos esfuerzos para indicar que ya para el tiempo de Lamec, el tataranieto de Caí­n, la violencia habí­a llegado a niveles elevados y de hecho se le celebraba. Lamec se vanagloriaba de sus habilidades para cometer actos inapropiados y perpetrar actos de violencia masiva que fueron una respuesta desaproporcionada a las ofensas cometidas contra él.

Es importante evaluar los alardes de Lamec a la luz de la ley de Moisés. Dios le dictó a Moisés el principio de «ojo por ojo, diente por diente» para poder limitar la violencia. La justicia de la ley funciona bajo el principio de la proporción, no se permite tomar una vida por un ojo, o mutilar un miembro del cuerpo por un diente. La ley de Moisés fue el primer paso de Dios para tratar con la violencia de la humanidad, insistiendo principalmente en la justicia. La ley no elimina la violencia, pero le pone un freno.

La directriz final de Dios para tratar la violencia provino de Jesucristo, según lo indica Mateo 5:38-39: «Oyeron que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo les digo: No resistan al malo; antes, a cualquiera que te golpea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra…» Cristo continua diciendo en el mismo capí­tulo (versí­culos 43-44): «Oyeron que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos … y oren por los que les ultrajan y les persiguen…»

En esos pocos versí­culos, Cristo eleva las estrategias de la humanidad para lidiar con la violencia a un nuevo nivel. Los seguidores de Cristo ya no tienen que tratar con la violencia de sus enemigos sólo en base de la justicia, que enfatiza una represalia proporcional, sino en base al amor. Cristo revela que la voluntad final de Dios en cuanto a la violencia no es la represalia, sino la reconciliación.

Cristo rechaza la violencia como una forma realista de reconciliación, y lo hace por al menos dos razones. En primer lugar, Jesús indica claramente que «todos los que tomen espada, a espada perecerán.» (Mateo 26:52). Se ve cómo la ley de la continuidad funciona en este caso: el fuego produce más fuego, el odio produce más odio, la violencia engendra más violencia. En segundo lugar, la violencia no soluciona los problemas reales y subyacentes que están involucrados en el conflicto. La violencia es un ataque contra la persona; en realidad no se enfrenta a los problemas subyacentes tales como el miedo, el odio y la pobreza. Es una simplificación grave suponer que la violencia es la solución a los problemas personales, polí­ticos o sociales. La violencia elimina la posibilidad de entendimiento y, por ende, también la posibilidad de reconciliación.

En la sociedad moderna, amar a nuestros enemigos, dar la otra mejilla y aceptar la persecución son ideales honorables, pero se consideran imprácticos y no realistas en un mundo caido, lleno de gran maldad. La gente se pregunta a menudo: «¿qué harí­as si alguien se mete en tu casa, o si trata de violar a tu esposa, o si está a punto de matar a tu abuela? ¿No es cierto que tienes que usar la violencia en esos casos, aunque seas un cristiano?» Tales preguntas demuestran la forma tan profunda en que la violencia ha penetrado en la forma en la que la humanidad hace frente a estas situaciones. En tales casos, la persona que pregunta a menudo supone que las únicas opciones reales son «matar o morir».

John H. Yoder, en su libro titulado What Would You Do? (¿Qué harí­as tú?) menciona que los cristianos disponen de varias opciones, incluso cuando se encuentran en situaciones de gran peligro. Si un cristiano ve que una persona va a atacar a su madre o a su esposa, puede pensar en alguna forma de desarmar emocionalmente al atacante. «Puede ser por medio de un gesto amoroso, una muestra de autoridad moral o al actuar en forma inofensiva y sin imponer resistencia, lo que podrí­a apaciguar psicológicamente al atacante… ‘Si lo que quiere es el dinero, pues se lo doy.'» (1) Yoder presenta testimonios que muestran que tales tácticas pueden tener éxito. Yoder también presenta otro punto principal que se relaciona con la factibilidad de amar a nuestros enemigos. La persona que hace la pregunta en el caso de «que pasarí­a si…», supone que la intervención violenta tendrá éxito. Yoder indica que si uno intenta proteger a un miembro de la familia contra un atacante violento, usando la violencia, y ésta táctica falla, la situación se vuelve mucho peor que antes. El enemigo está más enojado y es más probable que cometa un asesinato.

Es importante mencionar que el amor no elimina la necesidad de tomar medidas de protección no violentas. Las estrategias de pasar el cerrojo a las puertas, evitar enfrentarse a situaciones peligrosas sin necesidad y huir para salvar nuestra vida no son estrategias anti-cristianas. Las ví­ctimas del abuso de menores y del abuso conyugal deben buscar ayuda profesional y quizás buscar algún tipo de refugio. Tales acciones no deben considerarse faltas de amor, sino como los primeros pasos hacia la rehabilitación tanto de la persona que abusa como de la ví­ctima del abuso. Nuestro Señor condena el uso de la violencia, incluso para las causas más nobles (tal como cuando Pedro trató de proteger a Jesús en la noche de Su arresto). Jesús no desea obtener victorias que dañen y destruyan a la gente, sino las victorias en las que el amor venza a la maldad (Juan 18:10-11).

El amor no violento no debe considerarse como simple pasividad. La meta de Cristo es vencer la maldad de la gente por medio de la conversión. Matar a un enemigo es eliminar toda posibilidad de arrepentimiento y de conversión. El testimonio final del amor de Cristo es tratar al agresor como a un ser humano, cuyo corazón puede ser transformado moral y espiritualmente. La Biblia nos pide que actuemos frente a nuestros enemigos tal como Cristo actuó frente a los Suyos. No olvidemos nunca que aunque una vez fuimos enemigos de Cristo, ahora somos los recipientes de Su amor que nos transforma (Romanos 5:10).

Quizás no exista una ocasión en que nuestra fidelidad a Cristo se ponga a prueba en forma tan severa como cuando se nos pida que amemos a un enemigo. A final de cuentas, la alternativa del cristiano esta entre la violencia y su muerte y futura resurrección. La creencia en el hecho de que nuestra vida está en manos de un Salvador resucitado, y que la muerte fue vencida en la cruz(quizás nuestra propia muerte violenta), significa que podemos seguir a Cristo a donde nos llame. Y que amar a nuestros enemigos nos puede costar lo mismo que le costó a Cristo.

(1) John H. Yoder, What Would You Do?