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La guerra

Por Martin H. Schrag

Vivimos en tiempos de violencia y de guerras. Los conflictos abundan, desde el abuso de los niños a las armas nucleares. La humanidad ha avanzado en cuanto a los medios de comunicación, el transporte, la educación y la medicina, pero al mismo tiempo, los métodos de destrucción se han hecho cada vez más horrendos y aterradores.

Esta situación tan sombrí­a contrasta con el rechazo que Cristo hace de la violencia y de la guerra como estilo de vida y con la forma amorosa de relacionarnos que El revelo para Sus seguidores. í‰l amó a sus enemigos y pide que nosotros amemos a los nuestros. Cuando sus discí­pulos supieron que Cristo iba a ser crucificado, no lo podí­an creer, pero después de la crucifixión, la resurrección y de ser bautizados con el Espí­ritu Santo, experimentaron el amor de Dios en su corazón y divulgaron el mensaje del evangelio por todo el imperio romano.

Esa fue una nueva forma de responder al pecado, a la maldad y a la violencia: la proclamación del evangelio del amor de Dios en Cristo para la transformación de los corazones fue una manera de convertir a los enemigos en seguidores de Cristo. En las primeras iglesias, los creyente ingresaban a las nuevas comunidades y para ellos, Cristo-y no el estado-era el Señor. Ellos aceptaron el martirio (imitando a Cristo) en vez de de usar las espadas. Ellos eligieron dar su vida, y no tomar la vida de los demás.

La naturaleza de Cristo

La Iglesia de los Hermanos en Cristo cree que la Biblia es la autoridad suprema en todos los asuntos de la fe y de las prácticas religiosas. La Biblia indica claramente que Jesús fue Dios hecho carne. Juan escribió que «…aquel Verbo fue hecho carne» en Jesús (Juan 1:14) y Jesús mismo dijo: «Yo y el Padre uno somos.» (Juan 10:30). El hecho de que Jesús es el Hijo de Dios significa varias cosas. Primero, Jesús reveló completamente las normas espirituales y morales de Dios a sus discí­pulos. Segundo, el AntiguoTestamento se debe leer a la luz de la venida de Cristo y del Nuevo Testamento. Por último, los valores éticos de Jesucristo no deben considerarse poco realistas o simplistas. Jesús es el Señor.

Jesús también fue un ser humano. Tuvo una madre, creció y llegó a la edad adulta, experimentó las emociones humanas, incluso las tentaciones, hubo momentos en que no supo qué hacer, sufrió la crucifixión y murió. Su humanidad le permitió entender la condición humana, le permitió modelar el amor Cristiano y abrió el camino para sus enseñanzas sobre el pecado, la salvación y la santidad. La humanidad de Cristo le permitió morir por los pecadores y hacer posible la resurrección y la vida eterna.

Las enseñanzas de Cristo

Jesús define con exactitud el amor verdadero. Nuestro Señor sobrepasa el principio de «ojo por ojo y diente por diente» del Antiguo Testamento, evidente en las guerras al decirle a Sus discí­pulos «No resistan al malo» (Mateo 5:39), haciendo el mal, sino que les mando que amacen a esas personas.

Además Jesús dijo: «Oyeron que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, bendigan a los que les maldicen» (Mateo 5:43-44). Al hacer esto, dice Jesús, sus discí­pulos imitarán el amor que Dios siente por sus enemigos. La primera parte de la frase: «Amarás a tu prójimo», es una cita directa de Leví­tico 19:18; los judí­os definian al projimo como a una persona de su misma religión. La segunda parte de la frase: «odia a tu enemigo», no aparece en el Antiguo Testamento, pero en los tiempos de Jesús, toda persona no judí­a era considerada como enemiga.

El enfoque de Jesús fue radicalmente distinto al de los judí­os. í‰l enseño a «orar por», a «hacer el bien a» y a «bendecir» a quienes nos odian (Lucas 6:27-28). í‰l pidió que hagamos un esfuerzo mayor de lo normal. Incluso los pecadores aman a quienes los aman, nos recordó. Cristo vino para divulgar un entendimiento que va más allá del entendimiento usual: vencer al mal haciendo el bien.

Las acciones de Cristo

Las acciones de Jesús también revelan la nueva manera de enfrentar la maldad. Es sorprendente la cantidad de personas desgraciadas y antipaticas que amó durante Su ministerio. Sintió afecto por los samaritanos, los romanos, los cananeos, los leprosos, las prostitutas, los recaudadores de impuestos y las personas poseí­das por el demonio. Jesús también sintió afecto por quienes trataron de nulificar su ministerio: los herodianos, los lí­deres judí­os y los romanos-todos aquellos que se valieron de la violencia. A diferencia de ellos, Jesús demostró en su amoroso ministerio, sin apelar al uso de la fuerza, el verdadero poder de Dios.

Cuando dos de sus discí­pulos quisieron que lloviera fuego sobre los samaritanos, Jesús los corrigió. Durante el arresto de Jesús, Pedro quiso defenderlo con una espada. Nuestro Señor le llamó la atención de Pedro, diciendo: «… todos los que tomen espada, a espada perecerán» (Mateo 26:52). Aquí­ rechaza la violencia como medio de defensa. Más adelante, en respuesta a una pregunta de Pilato, Jesús dice: «Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearí­an para que yo no fuera entregado a los judí­os; pero mi reino no es de aquí­.» (Juan 18:36). Jesús repudió a la guerra y la violencia como la forma para establecer Su reino en este mundo eligiendo en lugar de ello el método del amor sacrificado.

La cruz fue el punto culminante de su amor servicial. Esta derrota aparente se convirtió en el acto supremo de amor y de poder. Dios nos amó tanto que cada nuevo creyente puede ser una «nueva criatura», ya que él fue «quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo», perdonando nuestros pecados y convirtiéndonos en sus embajadores para que proclamemos el mensaje de la reconciliación (2 Corintios 5:17-21). Los enemigos se vuelven amigos por medio de Cristo. Por un lado, la ira de Dios se revela contra todo pecado (Romanos 1:18). Por otro lado, la humanidad es hostil a Dios (Romanos 8:7). Pero Cristo fue el puente entre el abismo de la ira de Dios y la enemistad del hombre. Pablo escribe: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» (Romanos 5:10). Cristo murió para salvar a sus enemigos. Ese amor por el enemigo es el corazón de la expiación de Cristo. Pasamos, de ser enemigos, a amar a Dios, ya que lo que la santidad de Dios exige, el amor de Dios por Su Hijo lo procura (2 Corintios 5:17-21).

Antes de la crucifixión, los discí­pulos no comprendí­an el camino de la cruz. Fue sólo después de Pentecostés que los discí­pulos vieron que la cruz no llevaba a la derrota, sino a una nueva forma de demostrar amor. Por ende, el ejemplo del ministerio de amor de Cristo se convirtió en un punto importante de las enseñanzas de los Apóstoles. La ví­vida demostración de amor de Cristo es nuestro ejemplo espiritual y moral. Debemos ser fieles a toda costa, incluso si nuestros enemigos nos matan, como ocurrió con Cristo. Así­ como la resurrección fue subsecuente a la muerte de Cristo, Dios usará la fidelidad de los que creen en la paz, según lo enseña la Biblia, para fomentar sus propositos.

El cuerpo de Cristo

Para los cristianos, la diferencia básica está entre las personas salvadas y las personas perdidas, no entre dos o más sistemas polí­ticos. Las naciones se vuelven hostiles contra sus enemigos. En contraste, los cristianos comparten el Evangelio con los no-cristianos; ellos aman a quienes son hostiles a Dios. Matar a un no-cristiano es impedirle llegar a ser un cristiano. Nuestra tarea no es quitarles la vida, sino darles nuestra vida para que le puedan decir «sí­» a Cristo.

Si luchamos contra otros cristianos y los destruimos estamos dividiendo el cuerpo de Cristo: matando a quienes creen al igual que nosotros. Para los cristianos, la unidad básica espiritual y social es la iglesia, no con Cristo como su gobernador polí­tico, sino como su cabeza. Los cristianos son el «… linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1 Pedro 2:9). Al morir en la cruz, Cristo vence la hostilidad social más marcada en el mundo antiguo, aquella entre gentiles y judí­os, y abrió el camino para crear una comunidad cristiana armoniosa (Efesios 2:11-22).

El Libro de los Hechos es la historia emocionante de la conversión del pueblo de Dios en un ente interracial, transcultural y supranacional. Los cristianos se convirtieron en una comunión amorosa. Esta interdependencia mutua se consumará cuando los cristianos «… de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas», se conviertan en uno «… delante del trono y en la presencia del Cordero» (Apocalipsis 7:9). La iglesia es la sociedad global cuya lealtad a Cristo trasciende las lealtades nacionales y cuya misión es la Gran Comision «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.» (Marcos 16:15).

La no-resistencia bí­blica no significa la pasividad frente a la maldad. Exige una respuesta vigorosa, amorosa, no-violenta, en la que tanto la forma de proceder y el objetivo que deseemos obtener nos permitan hallar una solución positiva. En la guerra, la forma en que procedemos corrompe la meta que deseamos lograr. Para algunas personas, amar a nuestros enemigos es algo tonto o es un impedimento. Pero aquellos cuyo amor por Dios ha vencido su hostilidad, entienden que deben amar a los demás como Dios los ama a ellos. Al conocer el poder del amor, ellos siguen a Su Señor.